Fin del Mundo

Um conto escrito originalmente em espanhol.


Hola Lucho

Estoy mal, necesito abrirme contigo: creo que mi mujer se ha vuelto finalmente loca. Tú te acuerdas, lo sé, que todo empezó hace tres años con aquel accidente en la carretera. En lo ocurrido, ella viajaba con su hermano – y nuestra única hijita – en dirección a Trujillo. Todavía creo que la culpa ha sido de Carlitos, su hermano, que, seguro segurísimo, se ha quedado dormido mientras manejaba el coche. El hecho es que perdimos a Emilia, nuestra hija. No tenía más que doce años. Carlitos se lastimó levemente y Ana, que dormía en el momento del accidente, nada sufrió. Fisicamente, claro está, ya que emocional y mentalmente la siento empeorarse cada semana. Desde hace unos días que pienso que logró alcanzar un paroxismo de locura y delirio.

“Antonio”, me dijo calmadamente, “la próxima semana el mundo se va acabar y entonces podremos encontrar nuestra hijita…”

La miré con tristeza: “Ana, por favor…”

“No te preocupes, cariño, será muy pronto e iremos todos juntos.”

Cuando, el año pasado, ella decidió frecuentar una iglesia protestante, no me molesté por eso. Quizás fuera un consuelo. Quizás ella en fin empezara a recuperarse. A mi madre, una católica ortodoxa enamorada del Papa Juan Pablo, acuérdate?, no le cayó nada bien semejante deserción: “Que Dios la perdone…”, suspiró.

Confieso que cuando murió Emilia, mi hija, pensé mucho en este señor, este a quien llaman Dios, y en la posibilidad de la vida después de la muerte. Pero infortunadamente mis especulaciones no avanzan más allá de las creencias que me inculcaran durante la niñez. Por eso preferí, y aún lo prefiero, callarme respecto de eso. Y, sin embargo, Ana sigue chocandome con la naturalidad con que mira, en sus propias palabras, hacia la vida futura. Ayer me dijo: “Ya no te encuentras feliz conmigo, no es así?”, y sonrió. “No te molestes, querido, acaso ya no te acuerdas de lo que nos dijeron en nuestra boda: hasta que la muerte los separe? En cuarenta y ocho horas, quizás un poco más, podremos buscar cada cual alguién que realmente nos encante”. Pues imaginate, Lucho, si tu mujer te dijera algo así! Por mi parte ya no le contesto, me parece mejor política. A veces tengo ganas de meterla en un sanatorio, pero habría de ser una tontería. A lo mejor, a excepción de las torpezas que dice, Ana sigue trabajando, cuidando de la casa y, en fin, en la vida concreta me parece que no ha cambiado mucho. Bueno, más o menos. El otro día el pastor de la iglesia adonde ella se mete a ratos vino a verme. Me dijo que ella suele entrar en un tipo de trance mientras cantan y que, en seguidita, afirma a los demás que ha visto angeles y la propia Nuestra Señora: “Los de mi iglesia no creemos en ‘Nuestra Señora'”, dijo todo ríspido el pastor como si dijera: “a mi me parece que ella se equivocó de templo”. Cuando hablé a Ana de la visita del pastor, me dijo: “Él no ganará la vida eterna, no cree en Dios…” Esto ya no me chocó, pero me ha dejado muy intrigado. Qué diablos hará en la iglesia esta mujer?

Sabes, amigo, te extraño mucho. Siempre fuiste el hermano que nunca tuve. Desde que te cambiaste a Brasil ya no encontré con quien charlar sobre… bueno, sobre la vida misma. Tu conoces muy bien al quehacer cotidiano de nuestra caliente y lluviosa provincia. Marasmo y brisa. El otro día me acordé incluso de lo que me dijiste una vez: después de la muerte le ocurre a uno exatamente aquello en que se cree. Mientras algunos dejan de existir – del polvo al polvo – otros reencarnan, otros se van al “Reino de los Cielos”, otros al infierno y aún otros se vuelven tristes fantasmas que ni siquiera saben que han muerto. La muerte realiza nuestros deseos o – si acaso son ellos turbados por nuestras acciones -, nuestros temores ocultos…

Sí, hermano, si trato de estas cosas es porque Ana me hizo pensar: y si ella tuviera la razón respecto al fin del mundo? Cómo sería mi futuro?… Has de reirte ahora, verdad?… La única conclusión a que llego es: si prosigo con esto, mi futuro habrá de ser el hospital siquiátrico, o sea, el futuro mismo de mi pobre Ana. Cuando intenté convencerla de verse con un sicólogo, me dijo: “tú sabías que también hay sanatorios en el Cielo? Ellos están llenitos de sicólogos que no logran darse cuenta de lo que les pasó y que tampoco entenden donde están. La mayoría cree estar arrestada gracias a la traición de familiares, amigos, políticos o enemigos. Pobresitos!… En verdad, sicólogos y sicólogas son curas y monjas sin Dios. Que desventaja! No te parece?” Ah, Lucho! Ya no sé que hacer con Anita! Tengo miedo de separarme de ella y de verla, con esto, empeorarse. Pero no hay otro remedio, no puedo seguir viviendo así. Tú bien sabes que he perdido casi la mitad de mi familia, hace algunos años, gracias a uno de estos huracanes desgraciados. Fue por eso que nos cambiamos para esta ciudad más al interior, más abrigada de la furia atlántica. La costa ya no ofrece seguridad. Y Ana con esas historias… Será que me gustaría vivir en Brasil? Deseo verte pronto. Y, por favor, conteste a mi carta de esta vez.
Fuerte abrazo

Antonio D. Meza

Obs.: Carta recibida el día 31 de Octubre de 1998 por Luis C. Naranjo – residente en São Paulo (Brasil) – de un amigo que vivía en un pueblo hondureño que, gracias al huracán Mitch (1998), desapareció del mapa el mismo día en que la carta fue abierta. Allá, no se encontraron sobrevivientes. Foto: Guillermo Cobos.

Sobre el huracán Mitch: http://rds.org.hn/construir/la_tragedia.html

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